Vistas de página en total

sábado, 2 de abril de 2011

Qué fácil es decirlo


En días así desearía ser un bebé. Sin preocupaciones, todo el mundo te atiende, gustas a todos y no sientes esa necesidad de replantearte cada cinco minutos si te gustas a ti misma. Sería regordeta y, aún así, la cosa más adorable del mundo. Si lloro, enseguida vendrían a intentar sacarme una sonrisa. Y la comida no sería más que una de las infinitas delicias de mi vida.
Pero, cuando creces (y más en estos tiempos), es difícil quererte. Y sé que grito y afirmo que lo importante no es el físico, sino el interior. Que, quien te quiera, te querrá con unos kilos más o unos kilos de menos. Pero no sé aplicarme el mismo puñetero consejo que doy a todo el mundo. ¿Seré una hipócrita o quizás es que estoy enferma? Aunque han pasado años del desastre, aún sigue ahí, y mi mente lucha contra él cada día para no caer, perder. Pero siempre está la misma vocecita que sale de mi interior para recordarme cuánto me odia el espejo. Y lo que más me duele no es eso, si no el sentimiento de inferioridad que se ha incrustado entre mis neuronas. El miedo a no ser digna de todo lo que tengo, por una razón tan absurda como es el peso. Suena irónico por ser quien soy, por saber lo que sé y por tener lo que tengo, pero decir que estoy bien no sería más que otra mentira más.

Y no me atrevo a decirlo, a afirmarlo delante de nadie.
Todo es tan típico que suena repetitivo, aburrido y, sobre todo, falso. Quizás sea mejor que nadie me crea, así no preocupo de más ni tengo que soportar los mismos sermones de cada día, los que me sé de memoria.
"Eres tonta".
Tonta... No sabes lo imbécil, tonta, gilipollas, idiota, y demás similares, que me siento cada día. No lo consigo del todo. Tengo la meta en mis narices, pero mis complejos y mi pasado me impiden dar el último sprint.
"Tú estás bien".
¿Qué es estar bien? Porque esta paranoia comienza a ser enfermiza. La impotencia de no poder hacer callar a mi mente para siempre me está costando mi amor propio, la autoestima que perdí, recuperé a medias, y que, ahora, comienza a marchitarse conforme avanza la nueva estación.
"No lo hagas".
Y posiblemente no lo haga, pero, por ahora, no me hace sentirme mejor. A manos de mi locura, soy una perdedora, que no se atreve a hacer lo que le apetece por los demás.

Es una pura manipuladora que ha plantado la semilla de su eco en mi cerebro, en mi vida, en mis ojos y mi corazón. Y puede que nunca más me vea bien.

Una de las cosas más duras es no poder confiar en nadie. Absolutamente nadie. No sabes si todo te lo dicen por decir o porque realmente lo piensan. Me asusta tener una imagen de mí tan supuestamente equívoca.

Lo único que me da fuerzas es su sonrisa y saber que realmente me quiere por lo que soy, no por cómo soy. Y el amarle tanto es lo que me mantiene fuerte para decir "no" a ese maldito recuerdo que no me deja vivir.

---------------------------
Me encantaría poder disfrutar de la vida más a menudo sin arrepentirme después.
Apatía general, ¡yupi!

Te quiero, cariño. Lo creas o no, eres lo más importante de mi vida.

1 comentario:

  1. Sé perfectamente cómo es ese sentimiento tan desagradable... te puedo decir que lo tengo de contínuo, y a pesar de intentar autoconvencerme de que hay que quererse a uno mismo y que la gente te va a querer por cómo seas en cuanto a persona, no por cómo seas exteriormente, me es imposible intentar evitarlo... porque al fin y al cabo, esta vida y la gente de esta vida son esclavos de las apariencias, no del interior.
    Un besazo Bea (L)

    ResponderEliminar