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miércoles, 30 de marzo de 2011


Apenas queda luz en el salón, pero no pienso levantarme a encender la lámpara. Me reclino en el conocido sillón. Está desgastado, viejo e incluso descosido por algunos bordes. El cuero marrón fue perdiendo su fuerza, al igual que nuestra pasión. Me gustaba mucho la sensación de despegar mi piel del sillón, después de haber sudado encima tuya, desnudos, en cada polvo donde el amor nos hacía. Sé que te volvía loco el verme cabalgarte, eufórica, loca por encontrar una pizca más de placer, hasta corrernos. Sí, corrernos. Lo mejor era llegar a la vez, estallar, fusionarnos y derretirnos, sudando, cansados, pero siempre con ganas de más. Creo que hemos mancillado cada rincón de esta casa y, sin duda, es el mejor recuerdo que podré llevarme de ella. Y me toco cada noche recordando las mejores veces, aquélla donde recorrí absolutamente cada rincón de tu cuerpo, maniatado, sin poder evitar lo que deseabas que pasase. O esa noche que no dormimos ni una puñetera hora, sólo por el ansia de comernos y follar. Y te lo hacía con tantas ganas porque siempre supe que te irías algún día. No me equivoqué, ¿eh? Me abandonaste en pleno orgasmo y ya no te he vuelto a ver. Pero, aunque hace bastante tiempo de ello, mentiría si dijese que no recuerdo cada centímetro de ti, la simetría de tus labios, la profundidad de cada gemido en mi oído. Y aquí me tienes, con las piernas abiertas, esperando a que entres por esa puerta, para darte una cálida bienvenida. No te lo mereces, claro que no, pero es demasiado difícil soportar esta situación, en la que mi felicidad depende de mis dedos. Y aún en tu ausencia me sigues derrotando, y me torturo tanto, que llorar después de cada corrida se ha convertido en mi rutina. Aún me pregunto si el error fue engancharnos demasiado el vicio, hasta que te puede, te deja y te rompe.


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¡Por fin tengo ordenador!
Este texto lo he salvado con muchísima suerte, ya que sólo me dio tiempo a guardar algunas fotos antes de que se escacharrase del todo -.-"
Menos mal que lo había pasado a mi chico por un privado para que me diese su visto bueno jaja :)
Un poco caliente el ambiente, ¿será la primavera?

sábado, 5 de marzo de 2011


Necesario... ¿Quieres saber qué es realmente necesario? Es algo por lo que me ahogo al callarlo, al encerrarlo en mi paladar. Y no significa que lo sienta menos, pero me da miedo que las palabras dejen de tener sentido y significado, que se borre el sentimiento que despierta y que deje de robar sonrisas. Que ya no me tiemblen las piernas si lo escucho o que tu piel no se erice al susurrártelo al oído. Que nuestro corazón no arda al recordarlo y se apodere de él la indiferencia. Pero lo que siento al verte es demasiado puro, es demasiado el miedo a que no estés, a que no lo sepas. Que lo olvides una sola milésima es más que suficiente para dejar de contenerme estas ganas de gritar. Y siento que me tiemblan las piernas, pero esta vez porque sé que voy a caer en este agujero, que no puedo evitarlo, no sé ser más fuerte. Y te miro, te siento o te imagino, y todas las razones que he conseguido amontonar para evitar hablar se van con tu brisa, como si de papeles tratase. Me sudan las manos y aún siguen siendo hielo. Me muerdo los labios, capaces sería de arrancarlos. Y ahí estás... quieto, mirándome, apacible, efímero. Y no sé si es este miedo a que desaparezcas a la de tres, pero te grito lo inevitable. Y no es más que un te quiero ahogado, pero un te quiero que nadie más ha llegado a sentir.
Pero, si algún día eso perdiese la credibilidad, no importa, inventaré las palabras que sean necesarias.

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El romanticismo se apodera de mí un sábado eterno.

viernes, 4 de marzo de 2011

Tú decides tu suerte.


- ¿Te sientes afortunado? - dijo, mientras expulsaba el humo por su boca. - Somos todos unos auténticos idiotas, -no me dio tiempo a responder - no valoramos una puta mierda de lo que tenemos, y después nos pasamos noches enteras llorando, sí, porque realmente sabemos que no tratamos a los demás como se merecerían. "Soy mala persona", "voy a perderla", "no debería ser así", "cambiaré"... Bah, seguro que te suenan esas chorradas, ¿me equivoco?
- No... para nada.
- Pero al día siguiente se te olvida todo, porque la noche se ha llevado tus verdaderos problemas para reemplazarlos por gilipolleces como que has tenido un mal día. Mal día... creo que pocos saben qué es realmente un mal día. Y, por mucho que nos joda cuando generalizan con nosotros, todos somos iguales, igual de imbéciles y egoístas. Parece que hoy en día, si no se es así, no somos 'normales'. Lloramos por todo, nos quejamos de todo, nos excusamos con cosas sin sentido como que se nos ha pegado la comida o se nos ha escapado el bus. Y todo porque para nosotros eso ya es un mal día. Es un mal día hasta que viene alguien que nos recuerda que hay personas que sí lo pasan realmente mal día a día, y no se quejan tanto, son más agradecidos y saben realmente qué merece la pena, todo porque tienen muy poco, y ese poco, es su tesoro. Y aquí nos ves, siendo millonarios y aún diciendo que pasamos frío y hambre, porque no nos vale nuestra comida ni abrigo, siempre queremos más, no nos basta, no hay límite para la avaricia.
- ¿Hay... remedio?
- ¿Remedio para qué?
- Para valorar mi tesoro.
- Puede, pero dudo que algún día lo sepamos: estamos demasiado acostumbrados a esto.

Apagó el cigarrillo consumido en el borde de la pared. Echó mano a su petaca y bebió un largo trago. La mueca que hizo a continuación indicaba que el whisky era fuerte.
- ¿Cuál es tu tesoro? -me atreví a preguntar.
- ¿Mi tesoro? - rió descosido- Mi tesoro se marchó hace tiempo, sólo me queda el tabaco y mi petaca.
- Era ella, ¿no?
- Era, tú lo has dicho. Que no te pase como a mí, que la perdí por pensar que la tenía. A estas alturas no puedes dar nada por sentenciado.

Parecía entristecido por recordar lo que tuvo pero no retuvo. Y yo me partía por dentro de pensar que algún día podría verme en la misma situación.

- ¿Por qué la perdiste?
- ¡¿Es que quieres hacerme retorcer del dolor, niñato?! - gritó, lleno de ira pero con cierto aire melancólico y depresivo.
- Yo... lo siento. Simplemente quería saber qué hacer, qué decir para no perderla.
- ¿Quieres saberlo? - su tono aún resultaba incómodo y hostil.
- Si no es demasiada molestia...
- Para empezar, ¿qué coño haces aquí? ¿Por qué no estás con ella? ¿Le has dicho hoy cuánto la quieres? No contestes, me atrevería a decir que no. Y sé que no me equivoco, al igual que tampoco has sido amable ni le has dicho lo guapa que está. No respetas su espacio pero tú sí necesitas el tuyo, y ella calla y asiente, todo por no perder su tesoro, el cual, permíteme decir, deja muchísimo que desear. Y deja de mirarme con esa cara de pasmado y reacciona. ¡Reacciona! - ambos estábamos a punto de explotar en lágrimas. - ¡Vete de una puta vez a verla! O se irá... - explotó, y las pintas de tío duro que se daba, se vieron truncadas de golpe por las lágrimas borrachas de sus ojos.
- Gracias...

Eso fue lo único que me dio tiempo a decir antes de echar a correr de ese antro, del que no recordaba ni cómo había llegado, ni por qué, sólo por qué me fui. Y mientras me dirigía sin aliento a su casa, no paraba de torturarme pensando en si sería demasiado tarde. Ella me quería, eso estaba claro, pero también miraba por su felicidad.


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Reflexiones y más reflexiones. Estos días "especiales" son horriblemente horribles. Definitivamente los odio, hacía tiempo que no me sentía tan mal.
http://www.flickr.com/photos/cruzankh

miércoles, 2 de marzo de 2011

El suplicio de comer


Eran las ocho de la tarde, y la luz empezaba a teñirse de un color naranja pastel. Se filtraba por las cortinas de rejillas del despacho y marcaba fuertemente las curvas huesudas del rostro de Olga.

- He perdido la cuenta de las calorías que llevo hoy y eso me hace estar muy nerviosa. - Se retorcía las manos por la ansiedad. - El humor de perros de cada día no es nada comparado con mi ánimo hoy: he contestado mal a mi madre y a mi hermano, pero creo que tenía motivos, ¡querían hacerme comer! ¿A quién se le ocurre? Comer...¿por qué tengo que comer? ¡No quiero comer! ¡Soy una foca de mierda y no quiero comer! - Se venía abajo y, con su ánimo, su voz. - Necesito adelgazar si quiero llegar a ser algo en la vida...

- ¿De verdad crees que eso es motivo para contestarles mal?
- Sí. Yo no les obligo a ellos a que hagan nada que no quieren.
- Pero sabes perfectamente que están muy preocupados por ti.
- Yo no pido a nadie que se preocupe por mí - dijo cabizbaja-.

Llevaban seis meses de terapia que podían dividirse en etapas. En la primera, Olga no quiso hablar durante casi un mes entero; se limitaba a asentir y negar con la cabeza, o, en su defecto, a guardar silencio hasta que hubiese algo mejor que preguntar. En la siguiente etapa, traía escrito en una pequeña agenda lo que le pasaba en el día o sus problemas y temores. Fue en la tercera cuando empezó a hablar, aunque lloraba más que contaba; se sentía tan desprotegida e incomprendida que era pura ansiedad.

Para Pedro era muy difícil ponerse en la piel (y huesos) de una chica de dieciséis años. Le costaba entender sus preocupaciones y complejos, pero, fuese como fuese, debía ayudarla. No sabían exactamente cuánto tiempo llevaba Olga con ese plan de "adelgazamiento masivo", pero, en el último año y medio, había perdido la friolera de catorce kilos. No sería mucho para alguien obeso, pero ella medía 1.70 y, antes de su trastorno alimenticio, pesaba alrededor de 65 kilos. Ahora era un saco de huesos de mirada perdida.

Lo que más molestaba a Pedro es la facilidad de caer en manos de la anorexia. Sabía perfectamente que la presión que ejerce la sociedad en el físico es enfermiza, pero no lograba entender en qué punto clave la mente empieza a fallarnos y a decir "¿por qué no probar?". Lo que empieza como un juego a esa joven le estaba costando la vida. Publicidad, moda, televisión, relaciones personales, pubertad, problemas rutinarios... Esas eran algunas de las pocas razones que le venían a la cabeza al joven psicólogo.

Cuando se quiso dar cuenta, se había sumido tanto en sus pensamientos que la chica miraba esperando alguna pregunta o contestación a sus últimas palabras.

- Perdona, - dijo, colocándose bien las gafas - así que piensas que no deberían preocuparse por ti, ¿no?
- Sí...
- Olga, mírame, - Se inclinó hacia ella. - mírame a los ojos. - Olga se sonrojó al reflejarse en los azulados ojos de Pedro, es un chico bastante atractivo. -Quiero ayudarte, ¿sabes? Y sé que no es fácil ni para ti ni para mí, pero quiero que entiendas algo. Tú no eres más que una víctima más de todo lo que nos rodea. No necesitas adelgazar más, porque, si sigues así, te vas a morir, y allí no podrás deshacer lo inevitable y revivir, no hay marcha atrás, ¿entiendes? Y tu madre, tu familia en general, y tus amigos no pueden dejar de preocuparse por ti. Ninguno puede lograr entenderte, porque es imposible hasta que no sufres en tu piel la enfermedad. -Olga puso cara de sorprendida al escuchar la palabra "enfermedad". - Sí, no me mires así, es una enfermedad, has caído en ella sin apenas darte cuenta, pero puedes curarte. Llevamos medio año ya y apenas he conseguido nada, porque no quieres confiar en mí. Y puede que en Internet te digan lo bonito que es estar en los huesos y veas a esas modelos supuestamente perfectas, pero el físico no es eterno, ¿sabes? Y no debes creerte nada que escuches fuera. Tú debes ser tú, en el fondo sólo nos tenemos a nosotros mismos, y confiar en ti, quererte, esa es la clave para llegar a algo en la vida. Que no te mareen y engañen, Olga, aquí lo importante es vivir. ¿Y acaso no eras más feliz antes? No tenías el suplicio de no comer, podías divertirte con tus amigos, eras risueña y simpática con los demás, cariñosa con los tuyos, sacabas buenas notas, ¿qué más quieres? Y, sinceramente... físicamente estabas mucho mejor antes de empezar este infierno.

Ambos se sonrojaron ante el último comentario. Las mejillas al rojo vivo de Olga podrían haber desprendido vapor al chocar sus lágrimas con la temperatura. Ella ya sabía todo lo que Pedro le acaba de decir, pero no sabía cómo salir de esto. No sabía si realmente quería, porque se odiaba a sí misma, se daba asco. Aún viendo que estás por debajo de tu peso ideal según el IMC, aún habiendo bajado a tallas minúsculas, aún clavándote tus propios huesos con cada movimiento y haber estado cuatro veces en el hospital, ella se veía terriblemente gorda. Y puede que sólo quisiese ser feliz y se había perdido en el camino. Estaba dispuesta a salir de ello, pero todo el mundo sabía que no iba a ser fácil. Las garras de la anorexia se cobran muchísimas vidas al año, y no quería que la suya fuese una de esas. Y mientras se prometía a sí misma miles de cosas, se encogía las rodillas en el sillón rojo de cada martes, jueves y viernes por la tarde.

- ¿Podré superarlo? -consiguió decir.
- Estoy seguro de que sí, confía en mí.

La mano cálida de Pedro la hizo sentir mejor, viva.



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La inspiración me ha venido por un camino no me gusta especialmente, pero lo que he visto esta tarde en Flick me ha helado la sangre, y supongo que debía exteriorizarlo.
No es fácil intentar plasmar algo así, porque no he llegado a ese punto por muchos complejos que pueda tener, pero sí que he vivido algún caso cercano y se pasa realmente mal viendo a alguien consumirse de esa forma.
En fain, aquí dejo mi flick: http://www.flickr.com/photos/cruzankh

:)