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miércoles, 2 de marzo de 2011

El suplicio de comer


Eran las ocho de la tarde, y la luz empezaba a teñirse de un color naranja pastel. Se filtraba por las cortinas de rejillas del despacho y marcaba fuertemente las curvas huesudas del rostro de Olga.

- He perdido la cuenta de las calorías que llevo hoy y eso me hace estar muy nerviosa. - Se retorcía las manos por la ansiedad. - El humor de perros de cada día no es nada comparado con mi ánimo hoy: he contestado mal a mi madre y a mi hermano, pero creo que tenía motivos, ¡querían hacerme comer! ¿A quién se le ocurre? Comer...¿por qué tengo que comer? ¡No quiero comer! ¡Soy una foca de mierda y no quiero comer! - Se venía abajo y, con su ánimo, su voz. - Necesito adelgazar si quiero llegar a ser algo en la vida...

- ¿De verdad crees que eso es motivo para contestarles mal?
- Sí. Yo no les obligo a ellos a que hagan nada que no quieren.
- Pero sabes perfectamente que están muy preocupados por ti.
- Yo no pido a nadie que se preocupe por mí - dijo cabizbaja-.

Llevaban seis meses de terapia que podían dividirse en etapas. En la primera, Olga no quiso hablar durante casi un mes entero; se limitaba a asentir y negar con la cabeza, o, en su defecto, a guardar silencio hasta que hubiese algo mejor que preguntar. En la siguiente etapa, traía escrito en una pequeña agenda lo que le pasaba en el día o sus problemas y temores. Fue en la tercera cuando empezó a hablar, aunque lloraba más que contaba; se sentía tan desprotegida e incomprendida que era pura ansiedad.

Para Pedro era muy difícil ponerse en la piel (y huesos) de una chica de dieciséis años. Le costaba entender sus preocupaciones y complejos, pero, fuese como fuese, debía ayudarla. No sabían exactamente cuánto tiempo llevaba Olga con ese plan de "adelgazamiento masivo", pero, en el último año y medio, había perdido la friolera de catorce kilos. No sería mucho para alguien obeso, pero ella medía 1.70 y, antes de su trastorno alimenticio, pesaba alrededor de 65 kilos. Ahora era un saco de huesos de mirada perdida.

Lo que más molestaba a Pedro es la facilidad de caer en manos de la anorexia. Sabía perfectamente que la presión que ejerce la sociedad en el físico es enfermiza, pero no lograba entender en qué punto clave la mente empieza a fallarnos y a decir "¿por qué no probar?". Lo que empieza como un juego a esa joven le estaba costando la vida. Publicidad, moda, televisión, relaciones personales, pubertad, problemas rutinarios... Esas eran algunas de las pocas razones que le venían a la cabeza al joven psicólogo.

Cuando se quiso dar cuenta, se había sumido tanto en sus pensamientos que la chica miraba esperando alguna pregunta o contestación a sus últimas palabras.

- Perdona, - dijo, colocándose bien las gafas - así que piensas que no deberían preocuparse por ti, ¿no?
- Sí...
- Olga, mírame, - Se inclinó hacia ella. - mírame a los ojos. - Olga se sonrojó al reflejarse en los azulados ojos de Pedro, es un chico bastante atractivo. -Quiero ayudarte, ¿sabes? Y sé que no es fácil ni para ti ni para mí, pero quiero que entiendas algo. Tú no eres más que una víctima más de todo lo que nos rodea. No necesitas adelgazar más, porque, si sigues así, te vas a morir, y allí no podrás deshacer lo inevitable y revivir, no hay marcha atrás, ¿entiendes? Y tu madre, tu familia en general, y tus amigos no pueden dejar de preocuparse por ti. Ninguno puede lograr entenderte, porque es imposible hasta que no sufres en tu piel la enfermedad. -Olga puso cara de sorprendida al escuchar la palabra "enfermedad". - Sí, no me mires así, es una enfermedad, has caído en ella sin apenas darte cuenta, pero puedes curarte. Llevamos medio año ya y apenas he conseguido nada, porque no quieres confiar en mí. Y puede que en Internet te digan lo bonito que es estar en los huesos y veas a esas modelos supuestamente perfectas, pero el físico no es eterno, ¿sabes? Y no debes creerte nada que escuches fuera. Tú debes ser tú, en el fondo sólo nos tenemos a nosotros mismos, y confiar en ti, quererte, esa es la clave para llegar a algo en la vida. Que no te mareen y engañen, Olga, aquí lo importante es vivir. ¿Y acaso no eras más feliz antes? No tenías el suplicio de no comer, podías divertirte con tus amigos, eras risueña y simpática con los demás, cariñosa con los tuyos, sacabas buenas notas, ¿qué más quieres? Y, sinceramente... físicamente estabas mucho mejor antes de empezar este infierno.

Ambos se sonrojaron ante el último comentario. Las mejillas al rojo vivo de Olga podrían haber desprendido vapor al chocar sus lágrimas con la temperatura. Ella ya sabía todo lo que Pedro le acaba de decir, pero no sabía cómo salir de esto. No sabía si realmente quería, porque se odiaba a sí misma, se daba asco. Aún viendo que estás por debajo de tu peso ideal según el IMC, aún habiendo bajado a tallas minúsculas, aún clavándote tus propios huesos con cada movimiento y haber estado cuatro veces en el hospital, ella se veía terriblemente gorda. Y puede que sólo quisiese ser feliz y se había perdido en el camino. Estaba dispuesta a salir de ello, pero todo el mundo sabía que no iba a ser fácil. Las garras de la anorexia se cobran muchísimas vidas al año, y no quería que la suya fuese una de esas. Y mientras se prometía a sí misma miles de cosas, se encogía las rodillas en el sillón rojo de cada martes, jueves y viernes por la tarde.

- ¿Podré superarlo? -consiguió decir.
- Estoy seguro de que sí, confía en mí.

La mano cálida de Pedro la hizo sentir mejor, viva.



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La inspiración me ha venido por un camino no me gusta especialmente, pero lo que he visto esta tarde en Flick me ha helado la sangre, y supongo que debía exteriorizarlo.
No es fácil intentar plasmar algo así, porque no he llegado a ese punto por muchos complejos que pueda tener, pero sí que he vivido algún caso cercano y se pasa realmente mal viendo a alguien consumirse de esa forma.
En fain, aquí dejo mi flick: http://www.flickr.com/photos/cruzankh

:)

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho mucho Bea :)
    Ojalá la gente se concienciase un poquito e intentase ser uno mismo, no lo que el consumismo quiere que sean.

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